Tener un aire acondicionado cada vez se vuelve más viables ante la situación climática actual. ¿En qué debemos fijarnos para elegir uno?
Desafortunadamente, las temperaturas extremas llegaron para quedarse, y con ello, la necesidad de buscar opciones de climatización para el hogar. A casi un mes de la llegada del invierno en el hemisferio sur, —y con el cambio climático como telón de fondo—, es muy probable que hayamos pensado en adquirir un sistema de aire acondicionado, y a su vez, en algunas incógnitas respecto a cómo debemos elegir uno.
Sin embargo, antes de resolver esas dudas, es necesario comenzar por el principio:
Como su nombre lo indica, se trata de sistemas de ventilación que permiten tener un control relativamente preciso de las temperaturas de una habitación o zona, mediante el acondicionamiento del aire. Su propósito, más allá de aplicaciones específicas, es brindarnos un ambiente cómodo para estar, con temperaturas controladas, configurables por el usuario.
En el mercado existen unidades portátiles o compactas, que integran todos los componentes en una sola caja, —como los de tipo ventana—, o bien, sistemas divididos en dos o más unidades, que son conocidos como split o multi-split.
A grandes rasgos, un sistema de aire acondicionado tiene como tarea «mover» el calor de un lado a otro, a través de una serie de tuberías llenas de un compuesto refrigerante. Sin embargo, el proceso interno es algo más complejo, y trataremos de simplificarlo a continuación:
Antes de entrar de lleno al funcionamiento de un aire acondicionado, es necesario explicar rápidamente la ciencia detrás de su operación. Partamos por el principio del equilibrio térmico, la ley general de los gases, y en menor medida, del funcionamiento de un intercambiador de calor.
Como recordatorio, la temperatura indica el grado de agitación de las partículas. Dicho eso, a mayor temperatura, habrá mayor movimiento de ellas.
El principio del equilibrio térmico establece que, si dos cuerpos tienen diferentes temperaturas y estos entran en contacto, la energía —o calor—, de uno de ellos se transportará al otro, hasta que los dos tengan la misma temperatura. Este proceso físico ocurre siempre que la superficie de contacto entre los cuerpos sea conductora.
Dicho esto, al estar en contacto dos cuerpos, estos intercambiarán energía en la medida que avance el tiempo, logrando el equilibrio térmico hasta que la energía cinética de las partículas de ambos se iguale.
Por su parte, la ley general de los gases indica que, si aplicamos una presión determinada a un gas, éste aumentará o disminuirá proporcionalmente su temperatura. Si disipamos esa temperatura extra en el ambiente, y luego liberamos la presión de ese gas, la temperatura de este será más baja que antes de haberle aplicado dicha presión.
Pese a las distintas presentaciones, generalmente tienen el mismo funcionamiento esencial. Una parte del equipo queda del lado de la habitación, mientras que la otra se encuentra de cara al exterior.
Todas las unidades utilizan una sustancia química especializada llamada refrigerante, que es movida a través de una serie de conductos entre las distintas secciones. A ellos se le suman el compresor, el evaporador, la válvula de expansión y el condensador.
El condensador es la parte que queda en el exterior, y tiene como propósito disipar hacia el ambiente todo el calor extraído de la habitación. Dicha unidad contiene el compresor, que es el encargado de controlar la presión del refrigerante y «bombear» el calor hacia afuera, para llevar a cabo las funciones de enfriamiento.
La parte de adentro, de nombre evaporador, es la encargada de extraer el incómodo aire caliente que se encuentra en la habitación, para reemplazarlo con aire «ajustado» a la temperatura que le solicitamos.
Esto se logra a través de una serie de tubos capilares —o serpentines— que concentran el calor de la habitación a través del refrigerante líquido, para llevarlo en forma de gas a la unidad exterior.
El refrigerante se encuentra en forma de gas dentro del sistema, y es el elemento que mueve el calor de una zona a otra. Para ello, el compresor «absorbe» el gas caliente proveniente del evaporador, luego lo comprime dentro de un radiador, hasta condensarlo en un líquido muy caliente, y con la ayuda de un ventilador, esa alta temperatura se disipa en el ambiente.
Una vez que el líquido ha sido enfriado, una pequeña cantidad pasa a través de una válvula de expansión, liberando la presión del refrigerante y disminuyendo su temperatura, para volver al evaporador en forma líquida y repetir el proceso.
En este aspecto, generalmente hay varias opciones. La mayoría de las unidades solo están pensadas para enfriar, dejando la calefacción para sistemas externos, como calentadores eléctricos o de gas. Eso sí, cada vez es más común encontrar sistemas reversibles que incorporan ambas funciones en un solo aparato.
Estos sistemas, como su nombre lo indica, son capaces de revertir su proceso de enfriamiento, y en lugar de extraer el calor de una habitación para disiparlo en el exterior, optan por concentrar el calor exterior, para disiparlo en la habitación.
Una de las ventajas de tener un sistema así, es que la instalación, el mantenimiento y el control son más simples. Al tratarse de una sola unidad para ambas tareas, aunque la eficiencia energética no siempre sea la mejor, al menos comparándola con otros elementos calefactores dedicados.
Aunque cada hogar posee necesidades de enfriamiento distintas, es relativamente simple decidir qué tipo de unidad es la más adecuada para nosotros. Partamos por la tecnología.
En el mercado existen principalmente dos sistemas, los inverter, y los ON/OFF.
Los inverter tienden a ser los más adecuados en temas de consumo energético. En cuanto a costos, las unidades ON/OFF generalmente son más baratas inicialmente, pero las inverter lo son a largo plazo. Esto se debe a que su capacidad de enfriamiento puede ajustarse al uso, impactando menos en las boletas o facturas eléctricas mes a mes, pese a ser inicialmente más costosos.
Por su parte, en las áreas muy pequeñas, las unidades de ventana usualmente son las más económicas y fáciles de instalar, aunque su capacidad de enfriamiento no es la mejor.
Por último, si la idea es acondicionar varias habitaciones, lo más recomendable es recurrir a los sistemas multi-split, que comparten una unidad condensadora de gran capacidad, y varios evaporadores separados, actuando como zonas independientes.
Lo primero y principal, para determinar exactamente el tamaño de un sistema de aire acondicionado, es necesario calcular la capacidad de enfriamiento que necesitamos. Este dato, que usualmente se maneja en BTU, es una unidad que mide la absorción de la energía térmica de un recinto.
Aunque existen un montón de factores que afectan a la capacidad real de enfriamiento requerida, se puede calcular un valor medianamente aproximado con una fórmula bastante simple:
Volumen de la habitación (en m3) × 200 = BTU necesarios para enfriar esa habitación
Por ejemplo, si la habitación mide 4×5×2.5 metros, necesitaríamos una unidad de al menos 10,000 BTU como referencia.
Una vez establecido ese valor, lo siguiente es revisar opciones en el mercado, a fin de elegir una que se adapte tanto a la capacidad de enfriamiento o calefacción necesaria, como a nuestro bolsillo.
Luego, lo ideal es consultar la hoja de datos del equipo, de manera que podamos conocer el consumo energético del mismo y, en consecuencia, calcular un circuito eléctrico dedicado, para evitar una sobrecarga en el panel eléctrico principal, o que los disyuntores se abran apenas tengamos un exceso de consumo en casa. Dicho sea de paso, es de suma importancia revisar las dimensiones de cada unidad, para poder tener un plan concreto al instalarlo.
Finalmente, queda adquirir el equipo, fijar un espacio para ubicar cada unidad, y realizar la instalación. En este aspecto, es muy recomendable que el montaje se lleve a cabo por un técnico especializado, a fin de reducir la cantidad de inconvenientes que puedan salir durante el proceso.