En esta columna se plantea un análisis del proceso de comunicación y su evolución para preguntarnos si estamos comunicados o conectados.
Metiéndonos brevemente en la historia — de una manera ligera — en el Siglo XX un ingeniero en matemáticas de apellido Shannon planteó su modelo de comunicación.
El mismo consistía en un emisor que transmitía un mensaje por medio de un canal hacia un receptor.
El mensaje emitido pasaba por un aparato codificador a otro decodificador. En otras palabras, estamos hablando del canal, mencionado hace un instante.
Pero, en 1949 apareció Wiener, un alumno de Shannon, quien implantó el término retroalimentación o feed-back. Es decir, para Wiener la comunicación era mutua. El receptor podía convertirse en emisor cuando emitía una respuesta, sea verbal o no verbal.
Hasta aquí consideramos a esto como el modelo de comunicación lineal.
En el año 1960 aparece la Universidad Invisible (grupos de profesionales de las ciencias humanas, antropólogos, sociólogos, psicólogos y psiquiatras que no se establecían en ningún sitio en particular). Este ente introdujo el modelo orquestal.
Ese nombre es una metáfora comparando nuestra vida con una orquesta. Disponemos de diversos elementos que están dirigidos y tienen una organización. Es un quiebre al modelo lineal.
Tiempo más adelante comenzó a suponerse como comunicación posturas, gestos, y demás elementos que antes no estaban incluidos hasta entonces.
Es más, hasta la propia ausencia era/es comunicación. Lo verbal y lo no verbal es comunicación. Lo hablado y lo escrito. Lo dicho y lo no dicho.
Tomando como base esa introducción e información histórica que acabo de dar, es momento de centrarnos en la era actual.
En nuestra vida orquestal un elemento imprescindible — aparte de otros tantos más — es el teléfono. En muchos sitios podemos leer que se lo considera como una extensión de nuestro cuerpo.
La función principal, la de primera instancia en su creación, era la de ser un aparato que sirviera para llamar. Una herramienta que comunicara a alguien desde un tiempo y espacio en concreto con otra persona en otro contexto. La magia de la globalización también está en juego aquí.
Sin embargo, con la evolución de la tecnología en el paso del tiempo, hoy las llamadas son una característica que directamente se omite en la presentación de cualquier teléfono celular, sea smartphone o feature phone (teléfono básico). ¿Por qué? Principalmente porque la gente usa otras herramientas de esa misma herramienta. O quizás ya podemos llamarlo como un medio en sí mismo.
La función más conocida y popular es la mensajería instantánea (WhatsApp, Telegram, etc).
En la teoría, el esquema se da perfectamente. Alguien emite un mensaje en un canal que le llega a otro(s) y puede haber respuesta (retroalimentación).
Entonces, visto y analizado desde este punto, podemos confirmar que nos estamos comunicando con otras personas.
Pero aquí es donde nos metemos en una cuerda floja y la generación de un eterno debate.
¿Quién no manda mensajes a «X» persona mientras tiene a otro sujeto enfrente suyo físicamente cuando le está hablando? ¿Qué alumno/a no saca su móvil en medio de la clase para comunicarse con sus pares porque se encuentra aburrido/a?
¿Nunca se juntaron en un bar con amigos y se pusieron todos a enviar mensajes, subir posts a Instagram, dar «me gusta», etc? De conversar entre ellos mismos ni hablemos.
La comunicación no sólo avanzó, también se modificó. Ahora hay más retroalimentación de lo que uno puede imaginarse, y todo porque la emisión es exponencial.
Hoy si algo no es digital, no pasó. Si no subimos una foto de ese plato de comida es porque no lo comimos, si no indicamos la ubicación de en donde nos encontramos es porque no estamos ahí, si no ponemos la foto de los amigos en el bar quiere decir que no nos juntamos.
La conexión es la principal vía de expresión. La pantalla es el medio de mayor consumo. Lo digital sobrepasó a lo físico.
De ahí que «necesitemos» estar digitalmente activos antes que físicamente atentos y sociables con quien tengamos frente nuestro.
Dejemos la conversación, lo importante es la conexión. No demos atención a quien está frente nuestro, nos hace perder tiempo y genera distracción.
Es así como volvemos al punto de inicio, donde nos planteamos la pregunta del millón.
En marzo del año pasado les habíamos entregado un interesante y profundo informe sobre el uso y abuso del smartphone.
Allí, en unas situaciones precisas y concretas en consultas con una psicóloga y con una psicopedagoga tocamos, de alguna manera, este tema.
EN LO PERSONAL, creo que María Soledad Gaitán, psicopedagoga, había dado una breve y excelente consideración con la cual estoy muy de acuerdo:
Se está pseudocomunicado. Conectados sí, lo que no quiere decir que sea una conexión completa. Es una conexión en el aquí y ahora, tipo ‘zapping‘.
¿Nunca pasaron por una situación en la que dicen «estoy, pero no estoy»? Me explico: físicamente nos encontramos con alguien hablando — o intentando hablar — mientras nuestra atención se desvía a otra cosa… si no es directamente al móvil.
Vaya ironía de la vida. El teléfono venía a ser un medio que se supone debía servirnos para comunicarnos con otros, y ahora al mismo tiempo nos aísla de nuestro entorno y contorno. Nos conectamos con las masas, nos descomunicamos con las personas. Nos comunicamos con la sociedad, nos desconectamos con nuestros cercanos.
Creo que la pregunta más bien debería ser otra, la cual los invito abiertamente a que cada quien responda desde su punto de vista y consideración — siempre con respeto, educación y buen vocabulario, claro está — ya sea por experiencia como por intuición. La cuestión es: ¿realmente nos comunicamos?