La revolución low-cost que no llegó

Debo confesarlo: amaba mi Moto G de primera generación. Dentro del enorme historial de móviles que he llevado en mi corta vida, aquel aparato había sido el que mejor me servía en el día a día. Tenía una cámara decente, una buena pantalla, no se quedaba atorado con el uso que le daba día a día, era cómodo y sencillo. Pero la característica que más me impresionaba de ese pequeño bicho, era su precio. USD $199, que acá en Chile se tradujeron entre los 100 y 130 mil pesos. Era una gran pieza de telefonía a un excelente valor.

El golpe que había dado Motorola parecía ser algo que cambiaría todo, al menos dentro del mundo de las tecnologías móviles: la llamada democratización de los smartphones, que profetizaba un acceso más digno a los sistemas operativos móviles, con mejores precios, dispositivos mucho más usables que sus pares anteriores. ¿Qué conseguía uno con USD $200 en su momento? No mucho, realmente. Una pantalla de baja calidad, junto a un espacio de almacenamiento anémico, un procesador que va un poco más que a pedales y una cámara cuyas capturas son tan borrosas como los avistamientos del Monstruo del Lago Ness. Un martirio.

Motorola parecía ser la salvadora. Moto G y E, juntos en una conquista por el mercado mundial. Todos tendrían una mejor experiencia con sus teléfonos.

Ahora, permítanme una simple duda. Viendo que aquellos equipos lograron vender como enfermos en muchos mercados (India, Asia o Latinoamérica, por nombrar unos pocos)… ¿No se suponía que aquello iba a mejorar la competencia entre fabricantes? ¿Una guerra de equipos? ¿Mejores precios? Yo, al menos, no he visto aquello.

Un ejemplo, una tienda cualquiera: en su catálogo hay 85 dispositivos de Samsung. Veo que siguen con su estrategia de inundar el mercado con dispositivos de medio pelo. Core, Young, Ace, Fame, Trend, Grand… Podría seguir. Todos ellos con precios medianamente asequibles, pero realmente frustrantes de usar a diario. Lo mismo se puede decir de LG o Huawei. Los precios (y los celulares) siguen siendo los mismos. Motorola sigue con su senda de ofrecer buenos aparatos, pero ahora no es lo mismo. Los precios han sido inflados. No me malentiendan, el Moto E de segunda generación es un gran teléfono, pero palidece gravemente con su precio en nuestro país: USD $221. Eso se traduce a $140.000. Eso es demasiado para un móvil con una pantalla qHD. Si, tendrá LTE, pero en un país que solo tiene acceso a esas redes bajo contrato, eso no sirve. No para un teléfono de ese tipo.

Demonios, quizá esté equivocado. Puede que todo esto tenga que ver con el alza sostenida del dólar, o algo tan simple como el poco interés de la mayoría de marcas por el mercado chileno. Quizá al usuario común y corriente no le importe, pero yo estoy preocupado por el tema. Realmente no sé cuál será la razón de la escasez de buenos equipos a buen precio, a pesar de que en el resto del mundo (especialmente en Oriente) aquel mercado está en franca explosión. Xiaomi y su imperio en China, Alcatel y su OneTouch Idol 3 (si, llegará a Chile, pero su precio no agradará), o ASUS y su monstruoso ZenFone 2. Las opciones están ahí, pero al mismo tiempo no lo están.

Realmente estoy decepcionado del mercado en general. Hemos vuelto al modelo de siempre: vender a precios completamente inflados y equipos de corte premium. Todo lo contrario a lo que esperaba.

Realmente sonaba demasiado bueno para ser verdad.