Podrá parecerte bonito o feo, pero marca una época en que no había certeza de qué tanto nos pegaría la revolución móvil que se nos venía encima.
Cuando en 1993 Telefónica encargó al arquitecto Mario Paredes la construcción de su nueva torre corporativa emplazada en un punto icónico de la ciudad — a un costado de Plaza Baquedano — tenía todo el sentido del mundo hacer de este edificio un elemento de referencia que representara fielmente el núcleo del negocio hacia el que giraba el grupo.
Quizás seas demasiado joven para recordarlo, pero en 1993 la telefonía celular recién comenzaba a dar pasos hacia masificarse en el país, y los dispositivos que comenzaban a inundar las calles de la capital tenían un look parecido al de un ladrillo con antena. Por eso mismo, la decisión de construir un edificio con forma de celular como declaración de principios era visionaria: «Hacia allá vamos como empresa, y lo encarnaremos en nuestra torre», podríamos imaginar como argumento.
Pero, claro… Ni el arquitecto, ni los ejecutivos — y probablemente nadie — podría adivinar cómo sería el devenir de esta tecnología, ni los significativos cambios de diseño a los que se vería enfrentado el teléfono móvil en el futuro. Cuando fue inaugurada en 1996 nadie vio venir el BlackBerry, ni el iPhone, ni los Galaxy ni cualquier otro equipo actual, ni la breve continuidad que tendría el formato de ladrillo con antena.
Hoy, en un artículo de Business Insider, esta historia se cuenta concluyendo que en el presente el edificio es «anticuado y feo», dejando de manifiesto que hacer estructuras permanentes basadas en aparatos tecnológicos es una mala idea, y que los arquitectos que deseen hacer cosas así deberían pensarlo dos veces.
Al igual que millones de santiaguinos, tengo que lidiar todos los días con la famosa Torre Telefónica invadiendo el espacio urbano de la ciudad. Sin embargo, no sólo no me parece fea, sino que he aprendido a apreciarla como un elemento llamativo e icónico.
Este celular gigante a un costado de Avenida Providencia — el edificio más alto de la ciudad hasta 1999 — es una mudo recordatorio de la visión que un grupo de personas tuvo hace 23 años respecto al camino que seguirían las telecomunicaciones. El futuro era móvil en esa época, y sigue siéndolo hoy… Claro, el diseño de los dispositivos cambió, pero el espíritu de esa revolución que quisieron encarnar sigue ahí, en un edificio de 32 pisos donde todos los días trabajan más de 3000 personas para seguir dándole sustento a esa visión.
Probablemente no sea el corporativo más bonito allá afuera, pero con su pantalla, su antena y su batería se erige como una oda al retrofuturismo de la industria móvil de los 90s.
Elementos que hoy quizás sean muy descabellados de replicar, pero que forman parte del paisaje urbano como símbolo de una época en que no había certeza de cómo nos iba a afectar esa revolución de las telecomunicaciones que nos cayó encima, pero que — algunos sabían — iba a ser grande.
Tanto, que lo perpetuaron en un edificio.