Una guía que te servirá para entender los distintos tipos de estándares y velocidades que hay en el clásico formato USB.
Probablemente una de las cosas que más utilizamos en nuestro día a día son los puertos y conectores USB. Ya sea para energizar algo, traspasar datos o cualquier otra cosa de la cual se pueda encargar este tipo de conexión, no cabe duda que ha sido uno de los componentes que más ha perdurado en la industria de la tecnología en general.
Por supuesto que han existido diversas iteraciones a lo largo de los años: cambios de estándar, velocidad y seguridad son algunos de los principales cambios que ha visto el Universal Serial Bus, pero la esencia original sigue siendo la misma.
En la presente guía, te comentaremos los diferentes tipos de conexiones USB que puedes encontrar en el mercado a día de hoy, pues existen de diversas formas y tamaños (USB-A, USB tipo B y USB-C), así como también los diversos estándares de velocidad que hay (por ejemplo, qué es un USB 2.0 ó 3.0), y las diferencias entre ambos conceptos. Comencemos:
Este tipo de conector fue el estándar durante varios años. En su tamaño convencional nos encontramos con el típico conector con forma rectangular que nunca logramos conectar al primer o segundo intento.
Este formato lo encontramos en prácticamente todos los objetos tecnológicos que hay: televisores, pendrives, reproductores de DVD/Bluray, automóviles, y por supuesto, en los computadores, entre varios otros productos más. Con este cable solemos energizar y traspasar información entre dispositivos.
El USB-B es uno de los menos comunes en su formato normal en la industria actual. Se suele ver en impresoras y en cámaras, tiene una forma cuadrangular y su principal uso se reduce prácticamente a energizar estos dispositivos. Sin embargo, su versión mini y micro son los más populares.
Por un lado, el Mini-USB llegó para adaptar el Type-B a dispositivos de menor tamaño, como a cámaras compactas y PDAs, aunque hoy por hoy ya no se usa tanto por la llegada del USB-C. El Micro-USB tipo B fue por varios a años el conector preferido, en especial en la industria móvil, el cual fue prácticamente el estándar en todo tipo de smartphones — a excepción del iPhone, obviamente — para traspasar archivos y cargar los dispositivos.
Si hay una peculiaridad que caracteriza los USB-B, es que en un cable solamente se ubica en una punta, mientras que en la otra siempre nos encontramos con un USB tipo A — o en muy raras ocaciones, con un tipo C.
USB-C viene a ser el heredero directo del Tipo A y B, y es por ello que durante los últimos cuatro a cinco años, casi todas las industrias relacionadas con la tecnología han comenzado a transicionar el uso del A al C, pero se preguntarán: ¿Por qué hay que cambiar el estándar?, y bueno, la respuesta es bastante simple.
Verán, los conectores tipo A y B existen desde la concepción del formato USB, y como mencioné anteriormente, ambos tipos suelen cumplir funciones diferentes. Si bien ambos formatos han sufrido varios cambios con el pasar de los años, la necesidad de ir simplificando la cantidad de conexiones (físicas) fue aumentando en la industria. Y bueno, siendo honestos, también ya están algo anticuados.
Bajo este contexto es que nace el USB-C, un formato que busca unificar todas las funciones que podamos necesitar de un cable en un solo conector, el cual además es muchísimo más compacto que un USB-A tradicional, y permite una mejor maniobrabilidad gracias a que es completamente reversible, es decir, su forma permite que dé lo mismo en que cara se conecte. Además, este estándar permite tener un solo cable para todos los dispositivos, ya que se puede encontrar en ambas puntas de un cable.
USB-C hace — casi — de todo: traspasa datos a altas velocidades, permite traspasar energía de un dispositivo a otro en caso de ser necesitado (de un teléfono a otro, por ejemplo), e incluso traspasa señal de video (siempre y cuando se tenga un puerto compatible con Thunderbolt 3).
Otros términos relacionados:
Una cosa es hablar sobre los tipos de conectores (por ejemplo, USB-C), y otra es sobre los estándares (por ejemplo, USB 3.2). Durante los años, las interfaces USB han ido mejorando su eficiencia en cuanto a transferencia de datos.
El primer estándar USB corresponde a los 1.0, los cuales son lentísimos en comparación a lo que tenemos hoy en día, y ya están jubilados en su totalidad, por lo que no los encontraremos en ningún tipo de dispositivo actual. Hoy por hoy, los que más se utilizan son los USB 2.0 (en realidad 2.x, porque hay diversas generaciones) y los 3.0 (3.x, igualmente).
Los USB 2.0 logran transferir archivos con una velocidad teórica de hasta 480 Mbps (que en la práctica son 40 MB por segundo), mientras que los 3.0 pueden alcanzar hasta 10 Gbps, unos 1.2 GB por segundo de transferencia en la práctica. La diferencia es bastante, por lo que si queremos minimizar el tiempo de espera por transferencia, debemos sí o sí estar atentos al tipo de conector y puerto que utilicemos.
Los USB 3.0 se diferencian del resto porque cuentan con un distintivo color azul tanto en el conector, como en el puerto. Lo bueno de estos estándares es que son todos retrocompatibles, por lo que puedes conectar un USB 3.0 en un puerto 2.0, aunque, eso sí, no podrás aprovechar al máximo las velocidades.
Ahora debemos aterrizar lo que hemos visto. ¿Cómo denotamos a los conectores USB?
Usualmente, cuando vemos un cable/conector nuevo, suele ser indicado el tipo y estándar de velocidad. Así, por ejemplo, tenemos el típico conector USB-A 2.0 que solemos ver en los pendrives más baratos, los Micro-USB 2.0 que venían en los gama alta de hace un par de años atrás, y también los cables USB-C 3.1 que vienen en la gran mayoría de los teléfonos de hoy en día. De todos estos ejemplos, el que permite una mayor velocidad de transferencia es el Tipo C 3.1, aunque siempre y cuando lo conectemos a un puerto compatible con este estándar de velocidad.
Por otro lado, la gracia que caracteriza a los USB está en su nombre: es universal. Como prácticamente todos los objetos tecnológicos utilizan algún conector de este tipo, siempre tendremos algún cable USB a mano en nuestro hogar, en especial cualquier tipo de Micro-USB, USB-C o Lightning — por nuestros teléfonos móviles.
Compartir cables entre dispositivos está bien, ya que por lo general los cables propietarios aseguran una calidad mínima de funcionamiento y calidad de construcción. Sin embargo, se recomienda no comprar o recurrir a cables alternativos baratos y/o de dudosa calidad, esto ya que no te pueden asegurar un buen funcionamiento (como bajas velocidades de carga o transferencia de datos) e incluso pueden traer problemas a tus dispositivos (cortocircuitos que pueden derivar a que tu equipo explote, entre otros).
Si necesitamos comprar cables extra, lo mejor es desembolsar un poco más de dinero, y comprar uno que nos asegure un funcionamiento correcto. Marcas como Anker o Aukey son buenas opciones a considerar, ya que incluso suelen contar con una mejor materialidad y calidad de construcción que los cables propietarios de cada marca. Si no estás seguro, lo recomendable es siempre irse por el cable original de nuestro dispositivo — aunque siempre teniendo ojo de comprar uno realmente original, ya que hay muchas copias baratas por ahí que se hacen pasar por cables propietarios de alguna marca.